No recuerdo la primera vez que tomé la decisión de leer un libro. Probablemente fue a través de una educadora o por interesarme los dibujos que aparecían en mis cuentos de princesas; lo que sí recuerdo es la primera vez que me enamoré de la literatura. En el primer año de secundaria, la maestra de español nos dejó de tarea un proyecto semestral: buscar en algún rincón de nuestras casas o en la biblioteca pública, un libro de literatura que nos llamara la atención y comenzáramos a leerlo. La única condición era que el libro teníamos que escogerlo nosotros.
Estaba verdaderamente aterrada. La primera experiencia como lectora que había tenido antes no fue de las mejores, pues un mes antes de entrar a secundaria, mi tía me obligó a leer Moby Dick de Herman Melville. Como toda típica adolescente, ese verano estaba decidida a maratonear caricaturas y series de televisión antes de entrar a la etapa que yo sabía, iba a ser mucho más estresante que lo vivido en la primaria. Sin embargo, mi tía decidió que serían mucho más productivas mis vacaciones si leía un libro en ese tiempo, por lo que forzó mi lectura de esa novela, de la que prácticamente no recuerdo nada.
Después de tremendo trauma lector, no quería nada que ver con la literatura de nuevo. Pero ahora las reglas eran diferentes. No tenía que leer el libro que alguien me imponía leer, ahora tenía la libertad de escoger el libro que yo quisiera, sin importar el género, la trama, ni el autor. Y como dice Juan Villoro, el libro que me escogió como lectora fue Matar a un ruiseñor de Harper Lee.
Recuerdo que lo que más amé de esa historia fue leer a la sociedad en la que estaba ambientada el relato desde los ojos de la pequeña Scout, que a pesar de su corta edad y de la discriminación racial a la que estaba constantemente expuesta, siempre se mantenía firme en sus creencias, ideas y sentido de la justicia. Al final, yo también era una niña que quería crecer rápido y hacer un cambio en el mundo, sin estar limitada a roles de género y deseando con todo el corazón vivir una aventura.
Es increíble cómo la literatura puede hacerte sentir tanto. El acto de expresar una idea, un mundo, un sentimiento, a otro ser humano y conectar con él a través de las palabras es un superpoder que no todo autor logra ejercer; sin embargo, cuando lo hace, es una de las mejores experiencias que existen en la vida. No quiero extenderme hablando sobre las maravillas de la literatura, pero quiero resaltar una idea muy importante: la literatura crea conexiones. Un lector puede conectar tanto con la pluma de un escritor, como con otro lector que comparte sus emociones al leer el mismo texto.
Permítanme desarrollar esta idea continuando con mi camino por la literatura. Poco después de descubrir que leer literatura podía ser una muy grata experiencia, comencé a explorar los distintos libros que tenía en mi casa y a leer lo que estaba a mi alcance (Mujercitas de Louisa May Alcott, por ejemplo), hasta que en segundo de secundaria conocí la novela que consolidaría mi amor por la literatura: Los juegos del hambre, de Suzanne Collins.
Los personajes, la trama y el universo creado por la autora me cautivaron por completo. Cuando terminé de leer el primer libro, estaba tan emocionada que no caminé, corrí a compartir mis opiniones y lo recomendé vehementemente a mis amigas de la secundaria, y me sorprendí al darme cuenta de cómo una misma obra podía hacer que sintiéramos las mismas emociones, y de cómo podíamos crear conexiones y reforzar nuestro vínculo afectivo a través de la literatura.
Así, poco a poco comenzó a formarse en el salón de clase un círculo de lectura, y una comunidad de lectoras de literatura juvenil (porque éramos principalmente mujeres), que iban comprando y prestándose entre ellas sus nuevas adquisiciones, incluso llegando la demanda de los libros a tal punto que se hacía una lista de espera para leer el libro (“primero le toca a Sofi, luego a Lau, luego a Gore y después a ti”). La saga Divergente de Verónica Roth, Percy Jackson de Rick Riordan, La selección de Kiera Cass, Reckless de Cornelia Funke, hasta los libros de Benito Taibo como Persona normal, Corazonadas, Cómplices, y muchas otras lecturas formaron parte de mis años de secundaria.
La lectura crea conexiones, de lectora a lectora, y de lectora a texto. Una de las cosas que más te llevas de la lectura de una obra literaria, es la forma en la que te sentiste leyéndola. Muchas veces, aunque cueste admitirlo, recordamos más las experiencias vividas al leer un libro (con quién lo compartiste, a quién se lo recomendaste, la situación personal en la que te encontrabas) y las emociones que sentimos leyéndolo, que la historia misma. No es que olvidemos por completo la trama; sin embargo, al conectarte a nivel personal con una historia, es comprensible que los momentos de la trama, ligados a las emociones fuertes que sentiste al leerlos, sean los que se vuelvan una memoria que dure toda la vida.
Y así como las lectoras crecemos, las lecturas que leemos crecen con nosotras. La literatura que disfrutamos es diferente en las distintas etapas de nuestra vida, pues somos seres cambiantes que descubrimos nuevos gustos, y también perdemos otros a lo largo de nuestro camino lector. Es posible que ya no te apetezca tanto leer novelas y disfrutes mejor la lectura de Webtoon o de un audiolibro o que el género Young Adult ya no sea de tu agrado. Me gusta creer que un cierto tipo de lecturas viene a nosotras cuando las necesitamos y, cuando crezcamos, van a ayudar a alguien más.
De igual manera, el releer una obra y no poder conectarnos con ella de la misma forma que solíamos hacerlo, forma parte de la experiencia que cada lector puede vivir y no debe ser motivo de vergüenza, pues, aunque sea muy nostálgico, solo significa que nuestro baúl de las historias ha ido creciendo a lo largo del tiempo, y hemos enriquecido nuestro repertorio con más historias para compartir.
La literatura es un espacio artístico increíble, que permite descubrirte no solo como autor, sino también como lector. Como todo arte, evoca estéticamente sentimientos y emociones humanas que permiten crear conexiones a través de ellas, con otras personas. La literatura permite imaginarte y adentrarte en mundos imposibles, reflexionar sobre problemáticas sociales, empatizar con personajes complejos y no complejos, y disfrutar de la experiencia de la lectura. La mejor literatura es aquella que, a través de una ficción, cuestiona la realidad en la que vivimos y nos permite expresar todo aquello que está dentro de nosotros.
Este fue mi camino por la literatura. Querido lector o lectora, te invito a descubrir el tuyo.
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