Entre las páginas de los libros se susurran historias de mundos lejanos, también se esconden, en secreto, muchos comienzos de ávidos lectores; es por ello que, cuando la campana da fin a la jornada escolar, la profesora Zuemy prepara con ansias el rincón de lectura esperando que algún estudiante se lleve un libro a casa.
En mi caso, la profesora no era mi docente, en realidad fue tutora del grupo de mi hermano Argenis durante su sexto grado de primaria. Para aquel entonces yo me encontraba en el kínder así que no estaba nada interesada en los libros, pero al siempre ir a buscar a mi hermano a la escuela con mi mamá, tenía largos ratos de espera en los que podía explorar todo aquello que estuviera a mi alrededor.
Fue así que un día, al entrar al aula, pude descubrir varios títulos que se encontraban adornando ese espacio. Insistente, pedí a mi madre y a la maestra que me prestase uno para llevar y ambas aceptaron. Fue así como mi curiosidad por el mundo de los libros comenzó.
Cada noche mi mamá y yo nos acurrucábamos en la hamaca para que mientras ella me leía en voz alta exploráramos juntas nuevas historias todas las noches. Esto mismo hizo que mi hermano en un inicio se reusara a participar, ya que todo este asunto le parecía poco interesante. Hasta que, poco a poco, intrigado por lo que hablábamos, comenzó a escuchar en sigilo las lecturas, para más adelante ser un miembro activo de nuestro pequeño club.
Es así como todas aquellas historias terminaron por envolver en un cálido abrazo a cada miembro de la familia. Incluso a mi padre que, al ver nuestro interés, decidió que sería buena idea comenzar nuestras propias bibliotecas.
En aquellos días tuvimos algunas anécdotas graciosas, como aquellas en que mi madre comenzaba a quedarse dormida cuando nos leía y entre balbuceos se iba inventando el resto de la historia, lo que terminaba en un: ‘‘¿Estás durmiendo?, ¡mamá esa no es la historia, no te duermas!’’. Aunque durante esta etapa hubo muchos reproches, en muchas ocasiones nos gustaban más sus historias.
Fue así que, como si yo fuera un monstruo con un hambre voraz, terminé con avidez todas y cada una de las lecturas que se encontraban a mi paso. Convirtiendo a los libros en aquellos amigos fieles y leales que podían acompañarme en cualquier situación a lo largo de cada etapa de mi vida.
Sin embargo, fue en el primer año de secundaria donde descubriría el libro que cambiaría toda mi vida: Polvo de estrellas (2007) por Norma Muñoz Ledo. Durante mi primer año de secundaria, mi mamá solía irme a buscar a la salida de las clases, fue así que un día tras regresar del tianguis ella traía consigo este libro.
Al sumergirme en la historia sentía una conexión profunda con la protagonista y no podía creer que alguien se sintiera como yo: aterrada, emocionada y fascinada por la idea de crecer. De esta forma, encontré un refugio inigualable y una alegría inmensa, así que presté este libro a mis mejores amigas para que disfrutarán tanto como yo de esta historia.
Fue así como poco a poco comencé a tener el gusto por compartir la lectura a más personas, inspirándome en como otros lo habían hecho antes conmigo. Es así que, más adelante, con esta idea en mente, decidí que estudiaría literatura para que todos estos conocimientos nuevos que adquiriera pudiera compartirlos con otros y así más personas pudieran disfrutar de lo que a mi tanto me fascinaba.
Espero que en el futuro yo pueda convertirme en una persona que, desde el gusto y el amor por las letras, comparta a los demás la maravillosa aventura que es leer.
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