La transición al siglo XX se encuentra determinada por el Modernismo —instaurado en aproximadamente a finales de 1900— y la resistencia a nuevas transformaciones para México. La estética de inicios de siglo está influenciada por el parnasianismo y la belleza poética de autores como Manuel Gutiérrez Nájera, principalmente con “La Duquesa Job”; Manuel José Othón con “Idilio Salvaje”; Salvador Díaz Mirón con “Lascas” (1901) y Luis G. Urbina. Los poetas de este período se encontraban en el contexto aparentemente estable del régimen porfirista, lo cual les permitió construir creaciones en torno a temas como la belleza femenina, la naturaleza, la sutileza y lo exótico, además, buscaban expresar un lenguaje altamente poético y armonioso.
A raíz de los eventos ocurridos en la segunda década del siglo, como los recientes conflictos armados, las problemáticas económicas y el agotamiento de una cultura que no se sentía propia, comienzan a manifestarse nuevas propuestas estéticas, ajenas ya al Modernismo y al Romanticismo e incluso en su contra. Los autores de este período deciden dejar rotundamente de lado las influencias estéticas universales para apropiarse de su lengua y expresar la poesía desde dentro, desde lo que vivía la sociedad mexicana durante esos momentos. En sus vidas repercutían los efectos de un México en proceso de cambio, lo cual les demandaba una postura en favor de los ideales del país.
Estos poetas, “aún con diferencias de edad, formación y propuestas estéticas, buscaron romper con el mito del Modernismo. De aquí que se les haya agrupado bajo el término de ‘posmodernistas’” (Pereira, 2000, p. 404). La estética del "posmodernismo" estuvo formada por Enrique González Martínez (1871-1952), Ramón López Velarde (1888-1921) y José Juan Tablada (1871-1945).
La obra de Enrique González Martínez “expresa como ninguna otra el proceso de interiorización y depuración del lirismo modernista rumbo al posmodernismo” (Feria, 2015, p. 490). Entre sus obras más importantes destacan Preludios (1903), Lirismo (1907), Las señales furtivas (1925) y El hombre del búho (1944).
Respecto a Ramón López Velarde, es difícil decir que tuviera una etapa modernista. Entre los temas que desarrolla se encuentran el amor, el sentido religioso y el erotismo. Destaca su poema “La Suave Patria” (1921) y obras como La sangre devota (1916) y Zozobra (1919).
La obra de José Juan Tablada, por último, puede dividirse en dos períodos: el modernista y el de la ruptura; sus obras más importantes son: Un día: poemas sintéticos (1919), Li-Po y otros poemas (1920) y El jarro de flores (1922).
El contexto cultural en el que se desarrollaron estos poetas parte de la caída del régimen porfirista y la etapa anticonstitucionalista, además del debilitamiento de una de las grandes instituciones que marcó la solidez del Modernismo: El Ateneo de la Juventud, impulsado por Justo Sierra —figura notoria del pensamiento intelectual y artístico— en 1909. Cabe destacar que esta institución buscaba forjar los ideales de la cultura mexicana sin perder la tradición europea. Al desintegrarse el Ateneo, durante el periodo revolucionario, González, López Velarde y Tablada fungirían como referentes estéticos y literarios en jóvenes que apenas iniciaban sus carreras artísticas.
En este sentido, su contexto estuvo lleno de peculiaridades. Para 1921 José Vasconcelos asumiría el cargo de la reciente Secretaria de Educación Pública y comenzaría a construir una nueva visión de la cultura y el conocimiento: el nacionalismo, además de una gran campaña para la alfabetización. Es así que ideó distintos proyectos para impulsar este cambio, entre ellos se encontraba la revista El Maestro y las ediciones populares de la literatura clásica. También brindó nuevas oportunidades para que los poetas que se desempeñaron en el porfiriato buscaran nuevos horizontes que enriquecieran su poesía. De esta forma se consolidaba, desde el arte y la cultura, una nueva identidad para México, la reivindicación de los ideales a partir de una visión y estética nacionalista.
Aunado a ello también habría que mencionar otras revistas que apoyaron la cultura, como Pegaso (1917) y México Moderno (1920). La primera, coordinada por González Martínez, López Velarde y Efrén Rebolledo, fue una de las más importantes para las publicaciones de los artistas del Modernismo y del posmodernismo . En la sección de poesía, Ramón López Velarde fue uno de los escritores más representativos de la revista. México Moderno, por su parte, “representó el último y quizá el más alto momento de una cultura sin fisuras que sería fracturada por las vanguardias, los nacionalismos culturales y los compromisos con la realidad” (Pereira, 2000, p. 316).
Sin duda el contexto el que se desarrollaron estos poetas marca la búsqueda de una poesía más intimista. Es por ello que entre sus rasgos estéticos más notorios se encuentra un distanciamiento del lenguaje puramente poético y simbólico para, en su lugar, partir hacia un lenguaje más coloquial y una lírica más entendible, sin afán de dirigirse exclusivamente a los círculos intelectuales sino a cualquier lector interesado en la evolución poética de su contexto. De esta forma, su poesía adquiere un carácter íntimo, un espíritu popular y una escritura impregnada de símiles, metáforas, oposiciones, imágenes duales e incluso humor e ironía; sin olvidar la combinación entre lo prosaico y lo poético.
El impacto de estos autores en la poesía mexicana del siglo XX parte de marcar una ruptura drástica con el movimiento imperante del inicio del siglo, además de ser precursores de la lírica de grupos posteriores como los Contemporáneos. En palabras de Xavier Villaurrutia:
Enrique González Martínez era, hacia 1918, el dios mayor y casi único de nuestra poesía […] necesitamos nuevamente de Adán y de Eva que vinieran a darnos con su rebelión, con su pecado, una tierra nuestra de más amplios panoramas […] La fórmula será: Adán y Eva = Ramón López Velarde y José Juan Tablada. (Stanton, 2001, p. 63 [Villaurrutia, 1924])
Enrique González Martínez, con su soneto “Tuércele el cuello al cisne”, rompe rotundamente con el Modernismo respecto a lo ornamental y preciosista. Suple “la estética de brillo y sonoridad, simbolizada en el cisne, a la condición nocturna y cavernosa del búho” (Espinasa, 2015, p. 42): “Él no tiene la gracia del cisne, mas su inquieta / pupila, que se clava en la sombra, interpreta / el misterioso libro del silencio nocturno” (Espinasa, 2015, p. 43). A su lado, José Juan Tablada, “sin inmovilizarse nunca, creó una obra en perpetua transformación, e introdujo oportunamente en la lírica mexicana ciertas formas poéticas de vanguardia” (Phillips, 1961, p. 606), breves, sencillas y con una mirada puesta en el orientalismo y el cosmopolitismo, un ejemplo de ello fue la composición del haiku, al que Tablada le añadió su propio estilo.
Ramón López Velarde, por último, orientó su poesía a los aconteceres del contexto mexicano. En sus palabras, se necesitaba “concebir una Patria menos externa, más modesta y probablemente más preciosa [...] una Patria no histórica ni política, sino íntima [...] individual, sensual, resignada, llena de gestos, inmune a la afrenta, así la cubran de sal” (López Velarde, 1971, p. 282-284). No es gratuito que hasta ahora sea considerado el gran poeta nacional de México, precisamente por “La Suave Patria”.
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