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  • Valentina Chaparro Alvirde

De astros y humanos

Me desperté muy temprano para viajar de Mérida a Sisal porque había leído que el porcentaje de visibilidad del eclipse sería mayor en el oeste de Yucatán y yo quería verlo en su más alto potencial. Las redes sociales estuvieron plagadas de recomendaciones sobre cómo disfrutar el fenómeno de manera segura: usar gafas certificadas que contaban con un filtro especial que protegía a los ojos de la radiación, la exposición directa y focalizada del sol ya que el eclipse sería parcial, es decir, la Luna no taparía por completo a el Sol, haciendo que el día se oscureciera ligeramente, pero que una luz especial y diferente para nosotros iluminara el cielo. A lo largo de toda la península se instalaron módulos a los cuales se pudo acudir para mirar el eclipse, algunos repartían lentes especiales y otros tenían telescopios con el filtro requerido para el disfrute y apreciación de las personas. La historia que se va a contar de este suceso la escucharemos repetidamente en palabras de la memoria colectiva, así como escuchamos sobre el eclipse anular de hace 30 años, pues ha marcado a múltiples generaciones que se encargaran de contarle a las próximas cómo fue aquel día de finales del 2023 cuando fuimos testigos de este fenómeno natural.


El eclipse del 14 de octubre fue solar anular, es decir, que la Luna situada a una gran distancia de la órbita terrestre (de 356,400 kilómetros aproximadamente), se alineó entre el Sol y la Tierra y cubrió hasta un 90.34% el disco solar, dependiendo desde qué estado se viera, con una duración de casi tres horas entre el inicio de su desplazamiento, hasta su punto de encuentro y finalmente su separación. En aquel punto máximo es cuando el fenómeno conocido como “anillo de fuego” fue visible para el ojo curioso, esto debido a que la Luna no llegó a cubrir por completo el Sol a raíz de la lejanía que mantiene con la Tierra (conocida como apogeo, que es la máxima distancia en la que el satélite natural se encuentra con respecto a nuestro planeta en algún punto de su movimiento de traslación lunar, es decir, su recorrido alrededor de la Tierra), dando como resultado un anillo brillante de luz solar que nos iluminó en aquellas horas del día; el Sol y la Luna parecían haberse fundido para crear algo nuevo. Fue por esta interposición entre Sol-Luna-Tierra que el cielo se oscureció en aquel eclipse solar anular y generó un momento irrepetible donde la humanidad, absorta, no pudo dejar de mirar aquella circunferencia, percibida como perfecta, en el cielo nuboso de aquel sábado de octubre.


Recuerdo haber llegado a la playa de Sisal a las 11:25 AM, exactamente en el instante donde el eclipse había alcanzado su punto máximo y el anillo de fuego era la conversación de todas las personas, algunas en la arena y otras en el mar, que se habían reunido en aquel municipio abrazado por la brisa salada con un mismo interés: ser testigos. La necesidad humana de congregarse por un mismo objetivo o deseo no pudo haber sido más clara para mí en aquel momento, cuando todos miraban al cielo y yo miraba a todos.


El fenómeno que coronaba aquella bóveda de nubes y estrellas generó un fenómeno tan interesante como él mismo: conectar a las personas. Éramos miles y miles de cuerpos en aquella playa, millones en México y muchísimos más en diferentes zonas del mundo donde también se pudo apreciar el eclipse. Todos queríamos verlo, fuimos amigos por algunas horas, planeamos el encontrarnos en un punto específico del mapa sin pensarlo y rompimos las barreras de distancia; una unión aislada a raíz de un fenómeno esporádico, son hechos que nos conectaron aquel día.


Yo fui a Sisal con mi novio y en el camino conocimos a dos señores, una señora y un perrito, platicamos en el transporte por casi dos horas que duró el recorrido, nos conocimos porque compartíamos un mismo objetivo que nos había llevado a un lugar en especial y aunque nos separamos al final y seguramente no nos volvamos a ver, tanto el eclipse como el coincidir formarán parte de nuestras historias futuras. Ese día no hubo entes individuales, fuimos todos en busca de algo más grande que nosotros y mientras el tiempo parecía haberse detenido en aquellos minutos del punto culmine de la danza entre el Sol y la Luna, nos volvimos uno.


Fenómenos astronómicos ocurren de manera natural, es un resultado esperado de los recorridos que hacen los astros. Curioso es lo parecido que las conexiones humanas se den también de forma natural y del mismo modo sean esperadas, a través del recorrido que todos hacemos que es el vivir. Nosotros aquí en la Tierra y la Luna junto a el Sol allá arriba, al final no somos tan diferentes.

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