Suenan los pepinos en Bagdad
inician la ofensiva militar
la sangre ha comenzado ya a brotar
cuidado no te vaya a salpicar.
Ska-P
Es 14 de octubre del año 2023, en el parque central de Maxcanú, Yucatán, una mujer golpea la superficie metálica de un Yeti, a su alrededor, varias personas miran el cielo. Golpe tras golpe, tin tin tin, creencia ancestral, una estrella y un satélite en movimiento.
Es 14 de octubre del año 2023, hace exactamente un mes el registro numerológico que relaciona mi cuerpo y mi mente ante los demás cuerpos y las demás mentes pasó de 22 a 23, pero dejemos el pasado para la luz de las estrellas y centrémonos en el tintineo. El plástico de la tapa del yeti golpeando contra el aluminio, tin tin tin, algo está sucediendo allá, arriba. El tin tin tin se mezcla con sonidos de asombro, niños corriendo a mi alrededor, aparecen telescopios, llega la prensa, radio y televisión cubren la nota, ¿cómo prestar atención al cielo cuando en la tierra esta sonado un tintineo? Decidí no mirar, soy de humanidades dios mío, qué voy a voltear al cielo si aquí en la tierra está mi campo laboral.
Es 14 de octubre del año 2023, hace exactamente dos semanas supe que algo sucedería en el cielo. Primero escuché a la prensa, por la radio matutina, mientras mi padre me llevaba a la facultad, dijeron cosas como que Yucatán tendrá vista privilegiada, que será un evento único y algo de unos lentes imprescindibles. Luego llegó la televisión, evento histórico, no visto en décadas y próximo sábado, fueron las palabras que me hicieron querer mirar la pantalla, pero por culpa de estar leyendo en el celular la diferencia entre terrorista y guerrillero, me perdí la noticia. Sin embargo, mi interés ya orbitaba alrededor de un presunto evento histórico no visto en décadas.
Es 14 de octubre del año 2023, hace exactamente semana y media me senté frente a la pantalla de mi computadora, teclee la palabra eclipse y me embarque en un mar de hipervínculos curiosamente patrocinados por el sector turístico. Por ese entonces yo ya escuchaba a otras voces procedentes de las humanidades (la abogada Carla Escoffié[1], por ejemplo), reflexionando acerca de términos como territorialidad, terrorismo, invasión, pero todo esto quedaba sumergido bajo la vastedad de información relacionada con otro evento histórico: “Han pasado casi 30 años desde la última vez que en México se pudo apreciar un fenómeno igual (10 de mayo de 1994); y, el siglo XXI sólo traerá otro para nuestro país, el 16 de enero del 2056”. ¿Cómo perderse algo así?
Es 14 de octubre del año 2023, hace exactamente una semana le comenté a mis padres acerca de un evento histórico el cual podrá ser apreciado privilegiadamente en algunos municipios de Yucatán. Tuve que convencer a mi padre de que es estrictamente necesario usar lentes adecuados para poder mirar —solo por unos cuantos segundos— el acontecimiento astronómico. Lo que comenzó como una escapada de la rutina académica, un mirar al cielo y nada más, acabo siendo un viaje familiar. A la conversación sobre los hechos que sucederían allá, arriba, se unieron mi hermano mayor, mi hermano mediano y su pareja. Yo nunca había ido a Maxcanú y la sola idea de ampliar los horizontes de mi memoria me parecía emocionante.
Es 14 de octubre del año 2023, hace exactamente un par de días descubrí, por medio de las redes sociales, que el gobierno del estado de Yucatán habilitaría en distintos puntos de la región varias sedes con telescopios, actividades y lentes especiales para ver con seguridad el eclipse. Aquello de confiar en el gobierno para un evento que no será en un (desproporcionalmente llamado) Pueblo Mágico, mucho menos en la capital, me daba que pensar. Sin embargo, el viaje, ningún empresario con cargo público me lo podría ofuscar. Fue entonces que llegue a la sede propiamente dicha de Maxcanú, la Universidad Tecnológica del Poniente. Con una serie variopinta de actividades que relacionaban la flora y fauna, la astronomía y los dinosaurios, la infografía resultaba muy atractiva, amena, justo lo que quería para mirar allá, arriba.
Es 14 de octubre del año 2023, estamos llegando a la universidad. Al parecer llegamos con un margen de 30 minutos, pues siendo las 8:30 AM, en la reja que protege a la institución educativa de un posible atentado contra los seres que la habitan, me comentaron que no podríamos (mi familia y la gente que llegó antes que nosotros) pasar hasta que no dieran las 9:00 AM. Mientras esperamos, apreciamos algo que poco a poco se va volviendo más difícil pensar en la ciudad —saludos a la calle 47—, la sombra de unos frondosos árboles. Mi padre comenta: “Cuando estábamos en el pueblo, todos los niños y hasta los adultos salíamos a la puerta de la casa con ollas y sartenes golpeándolas y gritándole a la luna que no se coma al sol”.
Es 14 de octubre del año 2023, ya estamos dentro de la universidad. Ríos de gente, un papelito al entrar que invita a una actividad promocionada por la universidad, ríos de gente, caras largas, agobio, venta de camisetas, gente instalando aun los telescopios, ríos de gente, gente vendiendo los lentes especiales y nosotros pensando en qué sentido tendría que vendan los lentes sabiendo que los darán gratuitamente —terminamos comprando unos, 100 pesos, negociazo—, algo no pintaba bien. Me acerque a una organizadora, agobio, cara larga, larguísima, ¿no esperaban tanta gente?, los que promocionaron un evento único en décadas, ¿no esperaban tanta gente? Disculpa, le digo a la organizadora, lo de los lentes cómo será, dónde nos formamos, o cómo. A esas alturas ya habíamos perdido esperanza de ver a través de los telescopios, las filas no son lo nuestro. Con una entendible actitud de hartazgo por haber repetido la misma respuesta mil veces, la chica me comenta, “Los lentes serán comunitarios…, No, solo hay 500 por sede…, Ya viste cuánta gente hay…, Solo 500 por sede…”. No niego que mi actitud al escucharle fuera un tanto iracunda, así como también reconozco haber actuado mal, qué culpa tiene la chica de que solo les hayan dado 500 lentes cuando en un comunicado se hablaba de una donación por parte del consulado de Estados Unidos de 12,500 lentes. Cuestión aparte, pagamos por los lentes y nos retiramos a desayunar al mercado.
Es 14 de octubre del año 2023, 11:35 de la mañana, la luna llego puntual a la cita. El parque central de Maxcanú esta lleno de gente, en el medio un grupo de científicos de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla se encuentra dando charlas para las niñas y los niños de la comunidad, así como también están reflejando con sus telescopios la sombra que proyecta el sol al estar siendo devorado por la luna. El ambiente es ameno, algarabía, no hay filas ni caras largas y el conocimiento está libre, el altruismo de quien tiene un telescopio o una cámara especial es hermoso. Niños corriendo, ancianos sentados en las albarradas bajo la sombra de los árboles, el ambiente se tiñe de un color sepia extraño, inaudito, difícil de capturar en fotografías. Y entonces entiendo, algo está pasando allá, arriba, tin tin tin… Y entonces entiendo, algo está pasando, acá, abajo…
Es la madrugada del siete de octubre del año dos mil veintitrés, dentro de exactamente una semana la luna se comerá al sol mientras que en otra parte sonará el tin tin tin de la alarma que indica la proximidad de un misil, un misil que matará, un misil que apagará el sol, la luna y las estrellas de algún alguien. Tin tin tin. Tin tin tin. Tin tin tin.
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