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  • Edoardo Sabido

Minilunas en la sombra


 La mañana del 14 de octubre del 2023 desterró la oscuridad de su respectiva madrugada e iluminó toda la ciudad de Mérida; el parque de La Mejorada fue cubierta por la luz del día y todos los jóvenes estudiantes estábamos listos para una nueva aventura.


Como una breve contextualización, el consejo estudiantil de antropología había organizado una excursión a la zona arqueológica de Mayapán, a las afueras de la ciudad, y durante las últimas semanas habían estado promocionando el viaje para que todos aquellos interesados pagaran su boleto y se unieran a lo que ellos describían como una experiencia “inolvidable”. Los atractivos de la excursión constaban de tres aspectos: el viaje a Mayapán (incluido de regreso), una fiesta en una hacienda en el pueblo de Teabo (que era, obviamente, el mayor atractivo) y, cómo no, la oportunidad de presenciar el muy esperado eclipse durante la visita a la zona arqueológica. A pesar de mi indiferencia hacia los eclipses y estar más interesado en asistir a la fiesta en la hacienda, no pude negar que la idea de vivir en carne propia un eclipse estando en una zona antigua que alguna vez fue habitada por los legendarios mayas sonaba extraordinario; por ende, emocionado por vivir aquella experiencia, decidí comprar mi boleto y unirme a la excursión.


Pasaron un par de horas hasta que los dos camiones que se rentaron para el transporte arribaron al parque, posteriormente, los miembros del consejo que se unieron al equipo de staff nos dividieron en dos grupos y dieron paso para abordar los camiones. Debido a problemas del tráfico, la hora de partida se vio algo comprometida, no obstante a pesar del atraso, el viaje no se vio afectado y partimos de La Mejorada sin ninguna dificultad. Llegamos a nuestro destino por ahí de las 9:00 a.m. Antes de adentrarnos, la consejera estudiantil indicó que a las 11:00 a.m. nos reuniríamos en el centro de Mayapán para presenciar el eclipse, pues por esa hora sería su punto máximo.


Tras un rato de ocio y aburrimiento después de haber visto todo lo que Mayapán tenía para ofrecer, decidí buscar una zona sombreada mientras esperaba la hora indicada impuesta por la consejera; para mi buena suerte, justo en el centro de Mayapán hay un arbolito que regala su sombra y humedad, así que, aprovechándome, tomé asiento sobre la pastosa tierra. Obviamente no fui el único en querer la protección del árbol, lo bueno era que había el espacio suficiente para todos; mientras esperaba, observé la alegría y diversión por la que pasaban todos mis acompañantes, pues ya sea entre amigos o pareja, todos tenía una compañía con la cual hablar, reír y hasta jugar, por lo que, al sentir que yo no encajaba con ninguna de mis amistades presentes ahí, me vi envuelto en una vergonzosa y patética soledad que haría sentir lastima hasta al más introvertido. Al sentirme así, distraje mi mente observando mis alrededores y me fijé en la sombra, la cual, junto al árbol, me protegía del sol, no tenía idea de la importancia que la sombra tendría a continuación.


La hora había llegado y los miembros del staff repartieron entre los excursionistas unos trozos de lo que parecía ser un plástico bastante obscuro, se trataba de una protección visual certificada para ver de manera breve y directa al Sol, apreciando así el fenómeno. Dicho material era conocido como ISO 12312-2, aprobado por la Organización Internacional de Normalización, esto según el American Astronomical Society. Recibí las instrucciones para usar dicho material, la experiencia fue breve, pero pude ver como la silueta oscurecida de la luna pasaba por el Sol; devolví la protección visual y volví a la protección del árbol desanimado por la soledad por la que pasaba, pero fue en ese momento que vi algo hermoso que se proyectaba en el suelo a través de la sombra: eran decenas o hasta miles de “mini lunas” brillantes y majestuosas, estaban muy pegadas unas de las otras y parecían estar hechas de una luz pura y divina. Rápidamente este fenómeno captó la atención de los demás y causó furor entre la gente.


Pero, ¿qué era este fenómeno? ¿por qué se formaba? ¿era acaso un efecto paranormal?, bueno, la respuesta era en realidad muy simple, aquel maravilloso espectáculo que mis ojos presenciaban era obra de un efecto lumínico conocido como “efecto pinhole” y para no hacer el cuento muy largo, el efecto pinhole se genera cuando una fuente de luz traspasa un pequeño orificio, este pequeño espacio funciona como un lente y por consiguiente, se proyecta la imagen de la fuente de luz. Para el caso de las minilunas, los pequeños espacios entre las ramas y las hojas ejercían el papel de los lentes y al pasar la luz del sol con la silueta de la luna atravesándose, se proyectaban estas figuras. En pocas palabras, lo que estaba presenciando en la sombra del árbol ¡era el propio eclipse! Solo que multiplicado por centenares y a una escala mucha más pequeña.


Estaría mintiendo si dijera que me divertí en la fiesta posterior a la visita debido a la soledad que desarrollé horas atrás y que me persiguió durante todo el día; como era de esperarse, la angustia, vergüenza y coraje invadieron mis pensamientos, pues era difícil presenciar toda la diversión que reinaba en la hacienda mientras yo solo permanecía sentado, deseando ser participe pero sabiendo que eso era imposible. En ese momento recordé las minilunas que me acompañaron en mi soledad ahí en Mayapán; tal vez y solo tal vez yo era como esas pequeñas lunas, que por más impresionantes que sean, no todos se fijan en ellas o pierden rápido el interés; si aquellas lunas pudieron brillar incluso estando en la sombra, por qué razón yo no podría emerger de la oscuridad y relucir mis virtudes.

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