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  • América Martínez

El medio siglo: una presa que se desborda


Mural de la Biblioteca Central de la UNAM. Letras que dicen “”.
Biblioteca Central, UNAM. Miguelaco. Pixabay

La generación de medio siglo lleva ese nombre porque además del elemento cronológico, fue un movimiento que ocurrió más o menos a mitad del siglo XX, se trató de un “periodo de transición”, de un punto en medio de un cambio (Pereira, 1997, p. 187). Los integrantes de este grupo nacieron aproximadamente entre 1918 y 1935, y lograron en su literatura una representación de lo que se entendía en su época por mexicanidad desde los años cincuenta hasta los tempranos años setenta (Martínez, 2008, pp. 19-20).


Para entrar en perspectiva: Porfirio Díaz estuvo en el poder de 1876 a 1911, lo que provocó el movimiento armado conocido como Revolución mexicana en 1910 y que concluyó hasta 1917 con la promulgación de la constitución de 1917, que es la que permanece hasta hoy día; otro conflicto armado conocido como la Guerra cristera se desarrolló entre 1926 y 1929, y se dio entre creyentes y militares del gobierno de Plutarco Elías Calles, luego de que ciudadanos expresaran quejas en contra de la Iglesia por el “apoyo” que recibió de Porfirio Díaz durante su gobierno hasta la expropiación de bienes; en 1939 estalló la Segunda Guerra Mundial, la cual culminó en 1945, y si bien México no tuvo participación directa en ella sí experimentó consecuencias, como todas aquellas relacionadas con el mercado internacional, pues hubo un notable aumento en la demanda externa de productos mexicanos, las exportaciones crecieron un 100% entre 1939 y 1945. Aunada a estas situaciones, también están las consecuencias políticas de los años posteriores: se popularizaron los partidos políticos, se limitó la libertad de culto, se otorgó el voto a la mujer y se mejoró, en papel, la situación laboral de los trabajadores. Todos estos eventos son el contexto en el que coincidió un nutrido grupo de autores y autoras que mostraron una enorme pluralidad en temas y en estilos.


Entre los integrantes de la generación de medio siglo encontramos a Alí Chumacero (1918), Guadalupe Dueñas (1920), Jorge López Páez (1922), Rubén Bonifaz Nuño (1923), Ricardo Garibay (1923), Rosario Castellanos (1925), Emilio Carballido (1925), Sergio Galindo (1926), Jaime Sabines (1926), Amparo Dávila (1928), Carlos Fuentes (1929), Eduardo Lizalde (1929), Salvador Elizondo (1932), Elena Poniatowska (1932), Juan García Ponce (1932), Sergio Pitol (1933), e incluso hay gente que considera a José Emilio Pacheco (1939) como parte de este grupo.


Leonardo Martínez Carrizales expresa en su trabajo La generación de medio siglo. Tesis historiográfica sobre una categoría del discurso que “los primeros datos de la Generación de Medio Siglo que se han registrado en documentos con intención historiográfica y testimonial ocurrieron en un entorno polémico” (2008, p. 30). Esto debido a dos tipos de fenómenos; primero las ya desarrolladas pautas políticas y sociales mexicanas hasta los años cincuenta y, segundo, el rompimiento de lo acostumbrado, la reorganización del sistema literario vigente.


Este rompimiento comenzó con la Revolución mexicana, la promulgación de la Constitución de 1917 y todo lo que esto ocasionó. Por ejemplo, aunque con la reforma agraria les devolvieron sus tierras a los campesinos, casi al mismo tiempo hubo un desarrollo urbano, la cultura eminentemente rural cambió a un carácter más cosmopolita.


Además, en el texto de Pereira, “La generación del medio siglo: un momento de transición de la cultura mexicana”, se afirma que con la caída de la República española un “nutrido” grupo de intelectuales españoles migraría a México, integrándose a la vida académica y artística del país (p. 1997, 195). Tal vez esto pueda explicar, aparte de las olas artísticas comunes que suceden en la historia, la perspectiva eurocentrista que se proyectó en las obras de la generación de medio siglo, por ejemplo la que empezó Octavio Paz en El Laberinto de la Soledad.


En el mismo texto, Pereira afirma lo siguiente sobre la “nueva tendencia de la nueva generación”:


1950 —año de la muerte de Xavier Villaurrutia— fue un año crucial, podríamos decir un parteaguas en la cultura mexicana. Es el momento en el que ciertas líneas, de franca derivación vanguardista, comienzan a definirse con fuerza en detrimento del discurso nacionalista que había marcado las décadas anteriores. Es el año en el que se publica El laberinto de la soledad de Octavio Paz, que, junto a los planteamientos del grupo Hiperión, vendría a culminar con una serie de reflexiones sobre el ser del mexicano iniciadas por Samuel Ramos en los años treinta. La imagen del mexicano que Octavio Paz prefigura en este libro no es una imagen esencialista, como ha querido verse, sino histórica. Se trata de la tipificación de un mexicano que termina, que concluye su ciclo vital, para dar lugar a un tipo distinto: el mexicano de las áreas rurales o bien de las zonas marginales de la capital, que conserva aún valores, hábitos y formas de vida tradicionales que pronto se verán suplantados por patrones nuevos esencialmente urbanos y cosmopolitas, más acordes con esa hasta entonces incipiente clase media, cuyos anhelos e intereses, sin embargo, cobran cada vez más fuerza en la escena nacional. De alguna manera, el ensayo de Paz representa la totalización de una imagen de la mexicanidad que nos había constituido hasta entonces y que, desde ese momento, comienza también a abandonamos, por lo menos en los ámbitos urbanos, cuyo peso específico es cada vez mayor en la vida global del país. (1997, pp. 196-197)

Si bien esta imagen del mexicano fue simbólica en el grupo, no es homogénea en la obra literaria de todos los miembros de la generación; aunque su trabajo se escribe en un contexto semejante no siempre tiene los mismos rasgos estéticos, cada quién desarrolló sus propias temáticas y estilos.


Las presas se construyen cuando existe escasez de agua y la necesidad de recolectarla. Lo mismo pasó con las corrientes literarias a principios del siglo XX, pues fueron limitadas —el fin del modernismo, la narrativa de la Revolución, el surgimiento del estridentismo y de los Contemporáneos— y con contados representantes, en contraste con todos aquellos que aparecieron en esta etapa.


Cuando la generación de medio siglo aparece, esta “agua” empieza a llegar en grandes cantidades, con integrantes en abundancia que empezaron a producir formas y temáticas muy variadas, plurales y heterogéneas. Desbordaron una presa que sigue fluyendo y fluyendo gracias a este periodo de transición.




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